sábado, 8 de octubre de 2016

No hay arte, si no hay libertad


​Y ella volvía a casa de noche un día más, en el autobús, como era costumbre desde que en su adolescencia aprendiera lo que es apañarse por una misma sin necesidad de papá y mamá.

La fascinaba sentir la libertad que le ofrecía la mayoría de edad. Cuando era adolescente no soñaba otra cosa más que cumplir los dieciocho años. La edad en que sabía (pues era y es muy tenaz) tendría su propia tarjeta bancaria para disponer de su dinero. Aquel que ya ganaba desde hacía dos años, cuando con dieciséis empezó a trabajar en una pizzería, a la edad mínima para poder adentrarse en el mundo laboral.

Siempre le gustó mucho trabajar. Tanto como lo poco que le gustaba estudiar. Sobre todo las lecciones de la escuela, esas que se hacen tan infinitas de leer y mucho más de aprender.
Sin embargo era muy culta ya desde pequeña. Los temas que la interesaban los devoraba. Ávida lectora sobre temas de misterio y civilizaciones antiguas, así como de animales, naturaleza, espiritualidad y todo tipo de temas con no mucha popularidad entre el gran público; al menos en el mundo que la tocó vivir.

El autobús continuaba su marcha, hacia casa. –¡Ay! En ningún sitio como en casa– pensaba.
Y de repente se descubrió obnubilada, observando la sombra que se dibujaba en el asfalto al pasar por cada farola. Por cada farola, una nueva sobra. Una y otra y otra vez. La misma pero renovada.
Y es que a veces, se descubría entreneniéndose con la misma facilidad de un niño. Cualquier cosa era suficiente para despejar su mente y dejarla a cero. Otra cosa que la encantaba, era no pensar… no pensar nada. Por ejemplo, cuando bailaba o cantaba en casa, eso era exactamente lo que consideraba ella mejor para convertirse en el mismo arte, y no sólo “hacer arte”: no pensar es la clave.

Ese es el gran secreto del arte… –“Es sencillo, no pienses en nada. Ni en nada ni en nadie. Ni siquiera en ti mismo. Olvídate de todo, y canta: solo siente. Y si bailas, no pienses en bailar; solo baila. Y si interpretas, olvídate de que estas en un plató; sumérgete en el personaje. Haz todo lo posible por no pensar y permitir a tu mente estropear el momento.”–. Así se decía a ella misma, y así se lo había oído decir a otros. Y sabía con total certeza que esa era la verdadera expresión del verdadero arte: el espíritu puede expresarse espontáneamente sin interferencia de la mente. Aquel que se expresa con total libertad. Pues no hay arte si no hay libertad.

Ya de noche cerrada, ésta había caído sin que la muchacha se percatarse de ello. Envolvía el ambiente una intensa e interminable sobra negra, que solo la rompía las luces de los coches… ¡y la recién encendida luz interior del vehículo!.
Ya entrando en el pueblo, las suaves luces de las farolas iluminaban el camino… un camino que se antojaba bonito y agradable de transitar, a pesar de los resaltos que abundaban en toda la comarca.

Era ya la hora de recoger el bolso y la mochila, y volver a casa para, una vez más, seguir soñando despierta, y dormida...